LITURGY CORNER
Priestly Attire: The Collar
It’s almost a given in our Catholic world: if you run into a priest outside of Mass, he’ll likely be wearing that distinctive white collar. Without it, how would you know who was clergy? Interestingly, this modern collar is a fairly recent invention. The removable style was created in 1865 by Rev. Donald McLeod, a Presbyterian minister. It quickly caught on among liturgically minded clergy and, by the mid-1880s, was a well-established and expected part of Roman Catholic clerical dress.
While priests are not required to wear the collar at all times when they’re not vested, it carries both historical and symbolic weight. Its origins probably lie in something very practical: protecting one’s other clothing, much like the amice protects the chasuble and stole from perspiration. What began as a simple white band for everyday use gradually became a visible sign of clerical life.
As the Church became more woven into the fabric of Western society, clergy attire grew more elaborate. Those simple white neckbands became frilly, even lacy. The Counter-Reformation of the 1600s curbed such ornamentation, favoring simplicity again—likely opening the door for the widespread acceptance of today’s cleaner, removable version.
The modern collar’s appeal wasn’t just symbolic; it was practical. It’s easy to put on, easy to remove, and much easier to clean than delicate fabric or lace. I once worked with a priest who, if I gave him too many suggestions, would playfully remove his collar and hand it to me—as if to say, “Here, you be the priest!”
Beyond convenience, the collar serves a deeper purpose. Its white color symbolizes purity and holiness, a reminder to priests of the kind of choices they must make even when not acting in persona Christi. For the rest of us, it’s an immediate sign of someone to turn to in times of need—a public witness to Christ’s presence in the world. Wouldn’t it be something if we all wore a sign to encourage more Christ-like behavior?
And it’s not just priests who wear them. Permanent deacons and seminarians may also don the collar, sometimes causing a little confusion for those approaching the wearer. Other Christian traditions make use of collars too, though less often— in order of decreasing frequency: Episcopal/Anglican, Lutheran, Methodist, and Presbyterian.
RINCÓN DE LITURGIA
Vestimenta sacerdotal: el collar
En el mundo católico, casi se da por hecho: si te encuentras con un sacerdote fuera de la Misa, es muy probable que lleve ese distintivo cuello blanco. Sin él, ¿cómo sabrías que es parte del clero? Curiosamente, este cuello moderno es una invención relativamente reciente. El modelo removible fue creado en 1865 por el reverendo Donald McLeod, un ministro presbiteriano. Rápidamente se popularizó entre el clero con inclinaciones litúrgicas y, para mediados de la década de 1880, ya estaba bien establecido y era esperado en la vestimenta clerical católica.
Aunque no es obligatorio que los sacerdotes lo usen todo el tiempo cuando no están revestidos, el cuello tiene un peso histórico y simbólico importante. Probablemente su origen sea algo muy práctico: proteger la ropa de uso común, de forma similar a como el amito protege la casulla y la estola del sudor. Lo que comenzó como una simple banda blanca de uso cotidiano, poco a poco se convirtió en un signo visible de la vida clerical.
A medida que la Iglesia se fue integrando más en la sociedad occidental, la vestimenta del clero se volvió más elaborada. Aquellas sencillas bandas blancas alrededor del cuello se hicieron más adornadas, incluso con encajes. La Contrarreforma del siglo XVII limitó estos adornos y favoreció nuevamente la sencillez, lo que probablemente abrió paso a la aceptación generalizada de la versión removible y sencilla que conocemos hoy.
El atractivo del cuello moderno no es solo simbólico, sino también práctico. Es fácil de poner, fácil de quitar y mucho más sencillo de limpiar que las telas delicadas o con encaje. Recuerdo que trabajé con un sacerdote que, si yo le hacía demasiadas sugerencias, bromeando se quitaba el cuello y me lo daba, como diciendo: “Toma, ahora tú sé el sacerdote”.
Más allá de la practicidad, el cuello cumple un propósito más profundo. Su color blanco simboliza la pureza y la santidad, recordando al sacerdote el tipo de decisiones que debe tomar incluso cuando no actúa in persona Christi. Para nosotros, es una señal inmediata de que ahí hay alguien a quien acudir en momentos de necesidad: un testimonio público de la presencia de Cristo en el mundo. ¿No sería hermoso que todos lleváramos alguna señal que nos motivara a vivir de forma más cristiana?
Y no solo los sacerdotes lo usan. Los diáconos permanentes y los seminaristas también pueden llevar el cuello, lo que a veces causa cierta confusión para quienes se acercan a ellos. Otras tradiciones cristianas también utilizan el cuello, aunque con menor frecuencia, en este orden: episcopales/anglicanos, luteranos, metodistas y presbiterianos.